Foto tomada en el centro Nossa Senhora da Piedade (Caeté – Minas Gerais – Brasil)
Para muchos de nosotros gran parte de la vida acontece en la ciudad, lejos del contacto con la naturaleza. En este contexto, nuestra vista se acostumbra a ver un paisaje de cemento, asfalto y automóviles. Nuestro olfato no tiene otra alternativa que percibir el humo contaminado de los carros. Nuestro oído va perdiendo su sensibilidad por culpa de los sonidos estridentes de la ciudad: pitos, altavoces, etc. Comemos deprisa y sin saborear los alimentos porque la urgencia de las actividades nos llama…
Reencontrarnos con la naturaleza es no sólo una experiencia gratificante, sino también sublime. Esta fue mi experiencia hace un tiempo cuando tuve la oportunidad de pasar una semana en Sierra de Caeté, Minas Gerais (Brasil). En la paz de ese encuentro fue maravilloso constatar cómo la naturaleza nos regala tantas cosas que pasan desapercibidas en otros momentos. Contemplar detenidamente una rosa con sus colores, pétalos, espinas y percibir su suave olor, constituye toda una experiencia. Alimentarse con frutas y hortalizas libres de preservantes, tomar leche que realmente es de vaca y no de “funda” o en “polvo”. Escuchar el sonido del viento y los pájaros; mirar las estrellas y tratar de contarlas. Sentir el pasto bajo nuestros pies descalzos y tocar el agua natural de una vertiente…
La naturaleza constituye un regalo para el ser humano, que lamentablemente lo estamos acabando con la tala de árboles, contaminación, etc. Cuando tratamos bien a la naturaleza ella se nos muestra en todo su esplendor. En este sentido, en la obra “A arte de formar-se”, mi amigo jesuita brasilero J. B. Libanio afirma: “Dios nos creó con las cinco ventanas de los sentidos y dispuso que hubiese una gama maravillosa y abundante de sonidos, colores, formas, gustos, caricias, perfumes…”. En definitiva, el contacto con la naturaleza es una experiencia de deleite de nuestros sentidos que nos invita a un encuentro con lo trascendente.
Reencontrarnos con la naturaleza es no sólo una experiencia gratificante, sino también sublime. Esta fue mi experiencia hace un tiempo cuando tuve la oportunidad de pasar una semana en Sierra de Caeté, Minas Gerais (Brasil). En la paz de ese encuentro fue maravilloso constatar cómo la naturaleza nos regala tantas cosas que pasan desapercibidas en otros momentos. Contemplar detenidamente una rosa con sus colores, pétalos, espinas y percibir su suave olor, constituye toda una experiencia. Alimentarse con frutas y hortalizas libres de preservantes, tomar leche que realmente es de vaca y no de “funda” o en “polvo”. Escuchar el sonido del viento y los pájaros; mirar las estrellas y tratar de contarlas. Sentir el pasto bajo nuestros pies descalzos y tocar el agua natural de una vertiente…
La naturaleza constituye un regalo para el ser humano, que lamentablemente lo estamos acabando con la tala de árboles, contaminación, etc. Cuando tratamos bien a la naturaleza ella se nos muestra en todo su esplendor. En este sentido, en la obra “A arte de formar-se”, mi amigo jesuita brasilero J. B. Libanio afirma: “Dios nos creó con las cinco ventanas de los sentidos y dispuso que hubiese una gama maravillosa y abundante de sonidos, colores, formas, gustos, caricias, perfumes…”. En definitiva, el contacto con la naturaleza es una experiencia de deleite de nuestros sentidos que nos invita a un encuentro con lo trascendente.
La rosa desde luego es preciosa, has tenido buen gusto al escoger esa foto.
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